Hoy nos pusimos en los zapatos de Susana Medina, maestra de castañuelas, un oficio con raíces en la danza española que no solo ritma el movimiento del cuerpo, sino que toca el corazón de quienes lo practican.
Susana descubrió el toque de las castañuelas a los 6 años y ahora, después de una pausa, retomó este arte para transformarlo en terapia y enseñanza.
“Yo sabía enseñar a tocar castañuelas, cómo aprendí, pues no me acuerdo cómo me enseñaron a mí, seguramente y para ser maestro, creo que antes que nada debes amar lo que vas a enseñar, hacerlo; hay que ser muy responsables con lo que uno va a enseñar”, comentó Susana Medina, maestra de Castañuelas
Un arte que se enseña desde las manos y se siente en el corazón
Susana nos enseñó que antes de tocar una castañuela, debemos tener presente los sonidos principales, que son el pa, ta, pi y crash back. Teniendo presentes los toques, iniciamos a preparar las manos, brazos y la postura.
Es un proceso cuidadoso que implica colocación precisa, así como la fuerza, la cual no va en los codos, ni en los hombros, sino en cada dedo que marca el ritmo.
“Todo el arte es terapéutico, sí necesitas conocer la técnica para enseñarlo bien, cómo colocar las manos, cómo vas a tocar, dónde vas a colocar la fuerza y sobre todo lo que vas a expresar con las manos”, dijo Susana Medina, maestra de Castañuelas.
Las castañuelas son un instrumento de percusión con siglos de historia, las cuales son de distintos materiales como pasta, madera y vidrio.
Enseñar con pasión: reconoce la importancia de ser maestra
Ser maestra para ella no es una casualidad; desde los 15 años ya enseñaba en apoyo a otras niñas. Hoy, con años de experiencia, enseña con conciencia, responsabilidad y plena conexión con su arte.
“Yo lo defino como una forma de terapia para sanar; yo estoy convencida ahora que lo he retomado, que lo estoy haciendo y que ya, ¿qué te puedo decir?, tomar una clase puede conectarte con la emoción de la música y sentir cómo tocas con las manos, te conecta”.
En los zapatos de Susana entendimos que su oficio va más allá de enseñar un instrumento; es una herramienta para reconocerse, sanar, emocionarse y compartir tradición e historia.
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